Estas reuniones decisorias pueden ser de carácter social, político, científico o económico-empresarial, pero todas tienen algunos rasgos comunes. Las primeras son las asambleas de asociaciones y organizaciones sociales no lucrativas (movimientos sociales, ONL, ONG); después están las de organizaciones sociopolíticas y corporativas, como las de sindicatos, asociaciones de empresarios, gremios y colegios profesionales, las de organizaciones estrictamente científicas o académicas y también las más directamente políticas: congresos y asambleas decisorias de partidos y coaliciones políticas; y las últimas serían las de empresas y corporaciones: juntas de accionistas, consejos de administración, asambleas de cooperativistas, etc.

En todas estas reuniones, se tienen que aprobar, entre otros asuntos, la visión y misión de la organización, a partir de los cuales se elaboran y deciden los planes estratégicos y los programas concretos de acción, se aprueban cuentas y balances de actividades realizadas… y se elige la dirección de cada organización, ya sea y se le denomine junta directiva, consejo de administración, ejecutiva de la organización, consejo federal, portavoces, etc.

Culos de hierro, ojos de acero

En estas reuniones decisorias son muy importantes los tiempos, si están fijados y cerrados, si son rígidos o están abiertos, flexibles… En los años 90 se popularizó, en algunas organizaciones políticas, la expresión "culos de hierro": las votaciones en asambleas y congresos las ganaban los que más aguantaban en el asiento. Los que eran capaces de permanecer sentados en una reunión sin aparentemente importarles el horario, impelían una dinámica que llevaba a debates interminables y que por tanto las votaciones finales para decidir cualquier cosa, incluido la elección de representantes, se realizara por la noche o a altas horas de la madrugada. Por supuesto casi todos los que aguantaban hasta la votación eran varones, sin cargas familiares y liberados o casi por su respectiva organización o institución. Según la situación de cada momento y la correlación de fuerzas interna entre los diferentes grupos y tendencias, las reuniones se alargaban artificialmente para finalmente ganar la votación los más cercanos al aparato.

Con la modernización de las organizaciones en el siglo actual, los tiempos suelen estar más medidos, pero aún existen estas tendencias y vicios. Ahora los culos de hierro pueden estar en sus acolchadas sillas particulares de trabajo casero, a los que se les han sumado los que, con ojos enrojecidos como tomates, aguantan cientos de horas semanales pegados a la pantalla. Ojos informáticos de acero, dispuestos a todo.

El deterioro físico general ha aumentado. Unido al estar sentado e inamovible ante la pantalla se suma al sedentarismo general. Antes al menos te tenías que desplazar al lugar del trabajo, o moverte entre diferentes espacios, y luego a la reunión política o social, sea del nivel o del tipo que fuese, los urbanitas a veces a gran distancia (andar, transporte público, subir, bajar...). Ahora tienes el peligro de ni salir de la habitación a estirar las piernas.

Con la anulación de congresos y asambleas presenciales se pierde otro aspecto fundamental, la función social de los encuentros amplios y de reuniones nacionales e internacionales. El conocido como pasilleo también cumple su función: las relaciones sociales que se crean en cualquier reunión amplia, donde se aprovecha para presentar y conocer gente, establecer nuevos contactos y relaciones sociales, y la celebración paralela a los actos oficiales de numerosas reuniones informales. Como se comenta a veces: es más interesante lo que está ocurriendo fuera del recinto oficial que lo que ocurre dentro. Todo esto desaparece con congresos y asambleas solo virtuales.

Movimientos sociales, activismo de sofá y clictivismo

La dificultad para convocar actos de protesta presenciales (manifestaciones, concentraciones, etc.) y el miedo a los contagios en los pocos que se convocan, ha provocado un descenso radical en el número de convocatorias y en la participación en las pocas movilizaciones convocadas. Los movimientos sociales se están adaptado con dificultad a la nueva situación, saltando a las acciones simbólicas, con poca gente pero llamativas, en algunos casos de forma exitosa. Pero el clictivismo y la acción solo internauta no puede ser la alternativa, sería una vía de escape.

En el siglo actual existen menos personas dispuestas a un compromiso más general y firme, más generoso y, sobre todo, más permanente en el tiempo, que piense en el largo plazo. Se opta por modelos de activismo que no requieran mucho sacrificio ni compromiso, que se puedan resolver pronto o al menos ver algún resultado. Cada día se apoyan innumerables campañas y se firman miles de manifiestos, pero hay menos militantes en las organizaciones, de hecho ya no se utiliza esta palabra "militante" que recuerda a la organización militar o, al menos a entidades con disciplina.

En las últimas décadas se ha ido imponiendo el activismo de "voluntariado" que realiza una actividad concreta que considera directamente útil, pero que apenas participa en el conjunto de la organización. Se prefiere la acción aquí y ahora que se considera positiva, beneficiosa para unas personas concretas. Frente al asamblearismo del "mucho hablar y poco hacer", típico de las organizaciones más ideologizadas o politizadas, se ha vuelto al predominio del primero hacer y luego discutir. La brutal crisis derivada de la pandemia ha empujado a un incremento de la acción urgente y directa, con la creación de despensas solidarias de alimentos, grupos de autoayuda, antidesahucios, etc. como ocurrió con la anterior crisis económica.

Precisamente el 15M nació en 2011 como explosión movilizadora denunciando la crisis anterior (la gran recesión), anteponiendo la acción reivindicativa: se asumió que se priorizaba la acción y "el debate sobre la acción" antes que debatir sobre la ideología y los objetivos últimos. Esto fue lo que facilitó las grandes movilizaciones unitarias y un cambio en la cultura política española. Posteriormente las asambleas del 15M se fueron subsumiendo en eternos debates asamblearios, tan largos como estériles, hasta su disolución.

En los procesos sociales actúales frente a la crisis socioeconómica, se superponen el voluntariado acrítico y el voluntariado activista, de la acción directa. Y, junto a ellos, ha aumentado lo que ya antes de la pandemia existía: el activismo de sofá, de quien no se mueve más allá de la realidad virtual.

No hay sitio aquí para analizar a fondo el desarrollo histórico de las acciones y campañas por internet, que han impulsado reivindicaciones y conseguido muchos éxitos, sobre todo cuando se realiza una campaña con un objetivo muy concreto, viable y visible, y más si es en determinados ámbitos de denuncia pragmática (local o internacional). El activismo internauta tiene la ventaja de la inmediatez: veo una injustica concreta y lanzo la recogida de firmas desde alguna de las plataformas existentes, gratuitamente (aunque la mayoría son de empresas con ánimo de lucro). Facilitan la iniciativa individual y la participación de quien seguramente no podría participar de otra manera, por diferentes motivos: falta de tiempo, por limitaciones derivadas de la discapacidad, diversidad funcional, enfermedad, etc.

Pero, desde la perspectiva de las organizaciones y movimientos sociales se sabe que esto no es suficiente, aunque pueda ser complementario. Hay quien diariamente reenvía mensajes con peticiones de firmas de campañas de todo tipo y condición (medioambientales, sociales, sanitarias, protección de animales, denuncias). Con la llegada de los confinamientos se han multiplicado. Es mucho más cómodo la firma y el renvío de mensajes que ir a reuniones a discutir y a organizar actividades, campañas, movilizaciones. Y más seguro ante el coronavirus. La tentación individualista se acrecienta con la participación a distancia. De la observación directa de estos cambios se deduce un hecho curioso: quienes más retuitean y reenvían mensajes suele coincidir con las personas que menos asisten y participan en reuniones. Antes ya participaban poco en reuniones presenciales para organizar cualquier cosa pero, lo más llamativo, es que ahora tampoco participan apenas en las telereuniones. Al que no le gusta participar en los debates tampoco le apetece teleparticipar.

Es decir, el clictivismo es un acto aparente de participación en una acción colectiva, pero es sobre todo individualista, huye del debate, de la discusión y la confrontación colectiva, que tantas horas consume en asociaciones y movimientos sociales y también en cualquier organización social o institución. Consume mucho tiempo, pero es esencial para construir algo nuevo colectivamente. Ya sea desde una organización social, política o desde una institución. Salvo que pensemos que la sociedad la vamos a cambiar y mejorar desde nuestro cómodo sofá. Sirve sobre todo para limpiar la conciencia, qué solidario soy que no paro de participar en campañas sociales. El clictivismo además no suele ser democrático ni colectivo: una persona ha lanzado una campaña y todas las demás se limitan a apoyarla o seguirla. La excepción son las campañas organizadas colectivamente por entidades sociales amplias y reconocidas, plataformas de asociaciones o federaciones, etc.